INTRODUCCIÓN
Creo que todos tenemos claro lo que es ser discípulo de Cristo, pero abordarlo desde la perspectiva de la soltería es introducirnos en una temática que tiene connotaciones positivas y negativas e incluso tabús en algunas culturas de nuestro entorno. Intentaremos mostrar que el enfoque cristiano de la soltería es revolucionario, que no depende de las corrientes cambiantes ni de la sociedad ni de la iglesia, y que vivida desde Cristo proporciona oportunidades inmejorables para poder incidir en la sociedad y la iglesia para su bien. La Biblia plantea la soltería como un don de Dios, que proporciona una analogía de la relación de Dios con su pueblo tan hermoso como el del matrimonio como símbolo de la relación de Cristo con su iglesia.
LA SOLTERÍA SE COTIZA AL ALZA
La soltería, en la sociedad en que vivimos, se cotiza al alza, ya que ha ido adquiriendo un cierto reconocimiento, imputándose a la soltería la cualidad de personas independientes, inteligentes, personas de éxito, imprescindibles en una sociedad moderna que se precie. Hay sectores interesados en este grupo de personas (seis millones en España), los sectores de consumo que publicitan el preciado estatus de la soltería, ofrecen viajes, lugares de encuentro. El Día del Soltero o Guanggun Jie es una festividad conmemorada en China para celebrar el orgullo de ser soltero. Se celebra el 11 de noviembre de cada año, y la fecha fue escogida por el hecho de que el número 1 representa a una persona sola. Imbuidas por esta vorágine, las grandes superficies dedican jornadas con el eslogan ‘single day’ ofreciendo descuentos especiales, de modo que se extiende la alfombra roja para que se sientan halagados, porque han optado por una vida sin ataduras, disponen de medios económicos que les permite plena autonomía en todos los ámbitos de su vida, y son ‘felices y envidiados’.
El ámbito eclesial se ve influenciado por las corrientes de la sociedad en general, y es frecuente escuchar en algunas ocasiones comentarios, con las mejores de las intenciones, como el siguiente: «pero qué bien estás sin responsabilidades, con libertad para hacer lo que quieras sin depender de nadie», por ejemplo.
Nuestra ponencia, sin prescindir del contexto cultural, histórico y social en el que nos vemos, pretende buscar un enfoque bíblico y práctico para la vida de la persona que oye la verdad que está en Jesús, el evangelio, y está llamada a vivir en Cristo, «renovado en el espíritu de su mente». Estas palabras, que el Apóstol Pablo escribió desde la cárcel en Roma a los Efesios (4:23), nos sirven de ejemplo: Pablo era soltero en Cristo, pero no solitario, y añoraba la presencia de sus compañeros de fatiga.
Hemos dicho que la soltería cotiza al alza en la sociedad actual, pero no siempre fue así. Haciendo un breve repaso histórico podemos atestiguar que el tema de la soltería ha sido tratado con dureza a lo largo de los siglos.
UN BREVE REPASO HISTÓRICO
Platón, que era soltero, en el libro IV de Las leyes, propone una legislación para la ciudad ideal que contempla al matrimonio como una institución de orden natural (IV 721), y que para el buen ciudadano, casarse era, en último término, cumplir un deber para con los dioses (VI, 773). Consecuentemente Platón establece en sus Leyes sanciones para los solteros mayores de 35 años: multa pecuniaria, restricción de derechos políticos y supresión de ciertos privilegios. Los romanos, por su parte, gravaron a los solteros por no proveer de hijos a la República.
En la época moderna, Erasmo, también soltero, en su Apología del matrimonio (1518), defendió con argumentos jurídicos, filosóficos y teológicos que el matrimonio era el estado más perfecto de la condición humana, aunque parece que esta defensa la hacía para criticar el celibato religioso.
En pleno Siglo de las Luces, Montesquieu (1689-1755), en su obra El espíritu de las leyes, se postula como hostigador de la soltería, porque considera que su incremento corrompe las uniones conyugales. Autores como Voltaire y Rousseau se manifiestan en la misma dirección.
Dictadores como Benito Mussolini y Adolf Hitler al subir al poder, el primero en 1927 y el segundo en 1933, promulgaron tasas contra los solteros por no contribuir con su semilla procreadora al engrandecimiento de la patria. Mussolini cumplió con este cometido pues de su matrimonio tuvo 7 hijos, y a Hitler se le reconoce una hija ilegítima.
Como contrapunto nos situamos en la literatura española, donde nuestro autor Don Miguel de Cervantes en su obra más emblemática El Quijote, narra la historia de Marcela en la que se hace una defensa a ultranza de la soltería. La voluntad de Marcela se expresa con estas palabras: «Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos»; «tengo libre voluntad y no gusto de sujetarme».
En el lado opuesto, la literatura española aborda el tema de la soltería aprovechando la mítica figura de don Juan. Miguel de Unamuno, acérrimo defensor de la familia, tuvo ocho hijos, y llegó a afirmar, después de apasionadas reflexiones sobre el mito de ‘la soltería de don Juan’, que: la condición solitaria es fruto de un cobarde egoísmo, y la esterilidad procreadora significa una dolorosa incapacidad de amar. Ortega y Gasset, donjuanista de pro, entre otros, participaba del debate. En el fondo, el mito de don Juan era utilizado para atacar solapadamente a la soltería, no dejando de transmitir los estigmas y fantasmas que una mayoría de la sociedad la achacaba: esterilidad social e inmadurez emocional. El rechazo a la soltería es tema de otros muchos autores. Kierkegaard (1813-1855) en su Diario íntimo comenta que en esta sociedad «el soltero es sospechoso» y que «para hacer carrera es preciso estar casado». La opinión despectiva hacia la soltería se resume sucintamente en la frase de Herman de Keyserling: «El hombre soltero y la mujer soltera no son nunca seres completos» (La vida íntima «Matrimonio», 1933).
Charlotte Brontë que vivió en la época victoriana, sufrió el rechazo de la sociedad de su tiempo porque era mujer y soltera, pero su inteligencia y valentía la ayudaron para hacerse un hueco en los círculos literarios bajo el pseudónimo de Currer Bell. Su obra Jane Eyre publicada en 1847 se convirtió en la historia de moda. Cuando Charlotte reveló que era la autora, se produjo un enorme revuelo, porque una dama no podía dedicarse a escribir. ¡Sobre todo si las historias que contaba trataban de institutrices rebeldes que decidían su futuro por ellas mismas, sin depender de ningún hombre!
En la misma época victoriana Mary Henrietta Kingsley cercana a cumplir 30 años, inició un viaje a África occidental con la finalidad de terminar el libro sobre la cultura africana que su padre no pudo completar, debido a su fallecimiento. Ella fue blanco de todas las críticas, pues siendo una mujer soltera viajaba sola. No obstante, a pesar de todos los impedimentos que encontró en el camino, fue una escritora y exploradora finalmente reconocida por los resultados de su investigación en el estudio de las ideas prácticas y nativas en religión y leyes, alcanzando prestigio dentro de la comunidad académica.
En nuestros días, sin ir más lejos, el psiquiatra Enrique Rojas, en una opinión vertida en el diario El Mundo en la sección: Tribuna/Psicología (09.10.2009), inventó para los solteros de entre 30 y 40 años un nuevo trastorno de la personalidad, que él denominaba «síndrome de Simón», por el acrónimo Solteros, sentimentalmente InMaduros, Obsesionados con él éxito y Narcisistas compulsivos. Esta tetralogía -soltero, inmaduro, obsesivo y narcisista-, constituye una sinfonía de instrumentos desafinados, un tipo de hombre que ha construido su personalidad con unos materiales de poca solidez, pero que de lejos brilla, suena, asoma e interesa, aunque de cerca sea una modalidad nueva del hombre light, una versión de los albores del siglo XXI.
Pero la sociedad ha avanzado y la soltería, hoy día, ya no se percibe con tanta carga de negatividad; la incorporación de la mujer a la vida social, política y económica ha marcado una igualdad de condiciones con el hombre que también ha afectado al área de su estado civil, y ha contribuido a superar el lastre de la soltería. Ahora se habla de la independencia obtenida por los solteros en general, que se integra como grupo social, y que ha conseguido su reconocimiento por ser un valor añadido al conjunto de la sociedad.
EN EL PRINCIPIO
Con cierto alivio, volvemos nuestra mirada hacia el principio para acudir a la fuente, a la luz pura de la Creación. Allí encontramos que Dios creó al hombre a su imagen, «a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó» (Gn. 1:27). Dios creó al hombre del polvo de la tierra, y no quiso que estuviera solo, e hizo ayuda idónea para él. Al ver a la mujer ante sí, Adán dijo: «esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn. 2:23), ya que ambos poseían la misma identidad y plena igualdad. No podía ser de otra manera, porque Jehová Dios a los dos, hombre y mujer, creó a su imagen.
El hombre y la mujer gozaban de comunión con Dios, y entre sí. La relación personal que tenían con Dios se extendía a sus propias vidas para cumplir el propósito divino, en un lugar de una belleza indescriptible, en armonía con toda la creación, la consigna divina, que decía: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla…» (Gn. 1:28).
Pero las cosas se complicaron, y a través de la descendencia se puso en marcha un gran plan de salvación, el proceso selectivo del linaje mesiánico a través de Abram, hijo de Taré, descendiente de Sem, elegido por Dios para bendición de todas las familias de la tierra. Dios prometió descendencia a Abraham, promesa que se cumplió en Cristo. El coste fue muy alto, y el profeta Isaías anuncia a través de su profecía los sufrimientos de Cristo en el hermoso y dramático capítulo 53: «Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada (v. 10)».
La mayor bendición que recibimos a través de los padecimientos de Cristo es formar parte de su linaje, la nueva familia de Dios formada:
«Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades» (Ef. 2:14-16). El nuevo pueblo de Dios formado por el Mesías no está generado por la procreación física, sino por la obra de Cristo a nuestro favor; su sangre nos ha limpiado de pecado, nos ha reconciliado con el Padre, somos la nueva sociedad internacional. En Cristo se confirma el plan redentor de Dios, que es reunir a todas las personas, judíos y gentiles, hombres y mujeres, mediante Cristo, en Dios (Gn. 3:15; 12:1-3; Éx. 19:4-6).
La nueva Israel, la comunidad internacional, la iglesia universal, no construye muros de separación porque «ya no hay ni judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gá. 3:28). La sangre de Cristo nos ha unido a él que es la cabeza de la iglesia, y el creyente forma parte del cuerpo unido en un único hombre que crece y se extiende a través de todas las naciones, y hasta lo último de la tierra, el verdadero pueblo de Dios que se reproduce por la regeneración espiritual, el nuevo nacimiento, tal como el Señor se lo explicó a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Jn. 3:3-15).
En el Antiguo pacto, el matrimonio y los hijos son bendiciones fundamentales. En el nuevo pacto todas las bendiciones nos llegan a través de Cristo. Ahora ante Dios todos somos solteros, seres individuales, miembros de la familia de Dios por unión personal con Cristo.
LA SOLTERÍA COMO DON DE DIOS
En la familia de Dios, la soltería es un don de Dios tan valioso como el matrimonio. Escribió Pablo: «Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo: pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo» (1 Corintios 7:7-8). Por consiguiente, como miembros del cuerpo de Cristo, tanto solteros como casados estamos completos en Él (Col. 2:10).
En este pasaje, Pablo responde a las dudas de los corintios, pues algunos consideraban el matrimonio como un deber absoluto, otros estimaban el estado conyugal como una condición moral inferior, y otros sostenían que al aceptar a Cristo todas las relaciones sociales existentes, inclusive el matrimonio, quedaban disueltas.
La respuesta de Pablo les recuerda que cada uno tiene su don. El soltero puede dedicarse al Señor (v. 32), en contraste con el casado que tiene que tener cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer (v. 33). Por otra parte «el que no tenga don de continencia que se case» (v. 9). A las personas que carecen del poder de dominarse en materia sexual se les insta a casarse y resolver así el problema relacionado con los impulsos sexuales. Sin duda Pablo tenía en mente las palabras del Señor hablando acerca de los ‘eunucos’, es decir, de personas que permanecen solteras o célibes.
El Señor Jesús enseñó a sus discípulos sobre tres causas por las que las personas no se casan: «Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismo se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba» (Mateo 19:11-12).
Los eunucos, sean tales por nacimiento o por mano del hombre, son célibes perpetuos. Su condición es irreversible, puesto que están castrados. Pero hay otros célibes perpetuos y voluntarios, sin necesidad de mutilación física o fisiológica, que han preferido este estado, «por causa del reino de los cielos», y en esta situación asumir mejor la responsabilidad que involucra el servicio en el reino.
A quien desea consagrarse exclusivamente al servicio del reino de los cielos, sin división de lealtades, el Señor le concede el don necesario para poder hacerlo: el don del celibato. Sin embargo, para poder comprender, aceptar y vivir este renunciamiento a la vida matrimonial, es necesaria una fuerza especial de parte de Dios, un don de su gracia. Es decir, el celibato es algo que se da y que se recibe, que se concede y se acepta, como cualquier otro don del Espíritu.
No es voluntad de Dios que todas las personas se casen, ni se dan las mismas circunstancias para todos. Hay libertad de elección, y grandes promesas para los que se mantienen ‘eunucos’, es decir, solteros:
«Porque así dijo Jehová: A los eunucos que guarden mis días de reposo, y escojan lo que yo quiero, y abracen mi pacto, yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros, y nombre mejor que el de hijos e hijas; nombre perpetuo les daré, que nunca perecerá» (Is. 56:4-5).
Pablo, estudioso de la Palabra, aprendería este texto a los pies de su maestro Gamaliel, y lo guardaría en su corazón. Por ello, podía hablar con autoridad y libertad, y así lo debe guardar el soltero, con alegría y gratitud a Dios. En suma: si al celibato no se le atribuye ninguna superioridad ética o espiritual, tampoco debe considerarse como un estado inferior al matrimonio. Ambos son don preciado de Dios.
LA SOLTERÍA COMO SÍMBOLO ESPIRITUAL
Todos conocemos el hermoso pasaje de Pablo en el que emplea el matrimonio como símbolo de la relación de Cristo con su iglesia (Ef. 5:22-33). Menos conocido es el uso que la Escritura hace de la soltería como símbolo de la relación de Dios con su pueblo. Otro hermoso texto de Isaías arroja luz sobre la especial protección de Dios hacia los solteros:
«Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los hijos de la casada, ha dicho Jehová. Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tu habitación sean extendidas; no seas escasa; Alarga tus cuerdas Y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas. No temas, pues no serás confundida; y no te avergüences, porque no serás afrentada; sino que te olvidarás de la vergüenza de tu juventud, y de la afrenta de tu viudez no tendrás más memoria. Porque tu marido es tu Hacedor, Jehová de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor es el Santo de Israel, Dios de toda la tierra será llamado. Porque como a mujer abandonada y triste de espíritu, te llamó Jehová, y como a esposa de la juventud que es repudiada, dijo el Dios tuyo: Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento, pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor» (54:1-9).
Si la soltería es la voluntad de Dios, el Señor dará fuerza interna para permanecer confiado en esa situación, porque «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación» (Stg. 1:17).
El contentamiento del soltero no viene por sus circunstancias personales, sino por su relación con Jesucristo. Jesús era soltero, y cuando fue preguntado por los saduceos acerca de la resurrección, les respondió que en la resurrección «ni se casarán, ni se darán en casamiento», poniendo de manifiesto que las relaciones matrimoniales basadas en la familia son temporales, mientras que las relaciones basadas en la unión con Cristo son eternas.
LA NUEVA FAMILIA DE DIOS
Jesús comunicó a sus discípulos de forma clara e ilustrativa quiénes forman parte de la nueva familia de Dios. Cuando su madre y sus hermanos salieron a buscarle en Capernaum, y pidieron verle, «extendiendo su mano hacía los discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre» (Mt. 12:48-50). La familia de Dios incluye a todos por igual, casados y solteros, sin distinción.
Pablo afirma en 1 Co. 7:32-35, que la gente que no está casada debería considerar mucho la opción de permanecer soltera para centrarse completamente en el Señor, sin las distracciones de la vida familiar: El Apóstol Pablo así lo entendió, y ejerció su ministerio con pasión, y añadió: «Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga» (v. 17). No hay que buscar cambios externos, que pudieran darse, y no preocuparse por cuestiones secundarias, porque el evangelio cambia la vida espiritual de la persona, no su ‘status’ social.
El llamamiento del soltero debe ser trabajar para Cristo, porque «A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos» (Mt. 9:37). Dice el Señor en Juan 4:38 «Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores»; es tremendo el gran privilegio de trabajar para Cristo cuando él ha hecho la obra: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Ef. 2:10).
LA SOLTERA EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO
Si el soltero creyente conforma su vida de forma responsable, su contribución será reconocida en su iglesia por su compromiso, en comunión con los hermanos, y será bendecido y de bendición. En la familia de la fe las relaciones personales se desarrollan en el amor al hermano, no en función del estado civil. Es inevitable, por el peso de la tradición, que existan reuniones de matrimonios, de jóvenes etc., pero todo ello, llevado con equilibrio, no tiene por qué ser obstáculo en la fluidez de la comunicación interpersonal.
En el mundo, es decir, en la sociedad, el creyente tiene una misión, ser luz en la oscuridad. ‘Ser y estar’, sabiendo que no somos del mundo, pero estamos en el mundo. En el Antiguo Testamento tenemos el llamamiento de Jehová, a través de Jeremías: «Edificad casas, y habitadlas. (…) Y procurad la paz de la ciudad… y rogad por ella, porque en su paz tendréis vosotros paz» (Jer. 29:1:7). En nuestros días el soltero organiza su vida en torno a ciertas necesidades: elige un lugar donde vivir y convivir, contribuye a la economía del país, y paga impuestos que resultan más gravosos por su estado civil. Con relación al impuesto, ya en la antigua Roma, para favorecer el matrimonio, como hemos dicho, se penalizaba la soltería, por lo que se dictaron dos leyes: la Lex Iulia y la Lex Papia Poppea de 18 a. de C y 9 d. de C. respectivamente. ¡Viene de antiguo el estigma impuesto a los solteros (los caelibes)!
La soltera integrada en la sociedad participa de todo tipo de eventos culturales y deportivos, y ofrece sus servicios en organizaciones de voluntariado, enseñando, cuidando, aconsejando, etc. Es así, porque tiene tiempo y oportunidad para llevar el evangelio, hacer amistad con compañeros de trabajo, acudir a reuniones de todo tipo por invitación laboral o vecinal, o por otros motivos. Puede parecer que esto es mezclarse con el mundo y estar en riesgo de verse envuelto en las telas de araña que teje el maligno, pero el Salmista ora diciendo: «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas» (Sal. 17:8). El Señor mismo fue acusado de comer y beber con publicanos y pecadores (Lc. 15:2), y estamos llamados a imitar a Cristo, la luz del mundo, porque somos hijos de luz.
No cabe duda de que construir relaciones interpersonales no es nada fácil, al menos, por dos razones: la primera porque es necesario salir de nuestra área de confort, donde nos movemos como pez en el agua entre personas que nos conocen y estiman. No me siento motivada para escuchar temas que no son mis favoritos, ni tengo tiempo. La segunda es que abrirse a conocer a otras personas te va a llevar a involucrarte en asuntos diversos, incluso asumir responsabilidades, por ejemplo, charlar con los vecinos puede hacer que te planteen necesidades de la comunidad, o acordar reunirse simplemente para tomar café.
La soltera que trabaja tiene una posición óptima para relacionarse con los demás, bien sean compañeros de trabajo o de colegio profesional, porque ambas vías generan otros contactos para conocer gente diversa, que ayuda a que las relaciones se extiendan y permitan conocer y ser conocido.
Dice John Stott explicando por qué permaneció soltero durante 90 años, «Que las personas solteras son sabias para desarrollar la mayor cantidad de amistades posible, con personas de todas las edades y de ambos sexos» (Singles at the Crossroads, AL HSU).
Las conexiones sociales y las relaciones humanas abren fronteras, dan la oportunidad de hablar del evangelio e intercambiar impresiones u opiniones; cultivar relaciones facilita presentar a nuestro Señor Jesucristo a la sociedad.
El discipulado es intrínseco al soltero, es una manifestación de saber ‘ser y estar en el mundo’, ser una persona afable, amigable, generosa, que sabe ocupar su lugar en el momento preciso, es decir que, por lo general, no responde al pensamiento despectivo de que los solteros son egoístas e insolidarios.
Recientemente acudí a ver un documental sobre la vida y obra del pintor francés posimpresionista Paul Cézanne, que versó sobre su trayectoria artística; pero a nivel personal se le calificó como ‘solterón con muy malos humos, tacaño y solitario’. Vivía recluido y entregado a su actividad pictórica, y era poco sociable. Él mismo se reconocía en el personaje de Lantier, un pintor fracasado. Al final de sus días murió solo. Este tipo de comentarios genera una opinión muy negativa que contribuye a la mala imagen del soltero.
El escritor Phil Wall ha escrito lo siguiente:
Es trágico que se hayan tragado ese mito que les ha impuesto la sociedad y aun la iglesia, de que la felicidad y la realización personal pueden hallarse solo en compañía de otra persona.
La soltería no es asunto de esperar, sino más bien de vivir la vida en plenitud en el servicio de Dios.
Algunos dirán que para mí es muy fácil decir eso porque estoy casado, pero yo tengo un buen par de oídos con los que he escuchado muchos testimonios de personas que tienen hambre por la vida abundante que Cristo prometió en el servicio en este mundo para Él. ¿Acaso existió una persona más plena y realizada que Jesús, y miles de otros que han caminado este sendero de discipulado y estilo de vida?
(I’ll Fight… Holiness at War. 1998)
EN CONCLUSIÓN
El soltero que está en Cristo, como hemos expuesto, sabe que en Dios todos somos solteros y bien hará en hacer suyo el llamamiento que el Apóstol Pablo realiza en la Epístola a los Corintios: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Co. 11:1). Ser discípulo de Cristo es imitar al Señor que supo ser y estar en el mundo enseñando acerca del camino, la verdad y la vida que hay en Cristo Jesús. En esto consiste el discipulado del soltero, vivir vidas renovadas, alegres y confiadas, «porque sabemos en quien hemos creído que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2Ti. 1:12), y «porque no nos avergonzamos del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro. 1:16).
Charo Pablos Barrado
Graduados 2019.